Unos reptiles nos acaban de revelar un secreto que llevábamos milenios buscando: la eterna juventud

Unos reptiles nos acaban de revelar un secreto que llevábamos milenios buscando: la eterna juventud

 Jonathan cumple 190 años en 2022. Puede que incluso alguno más. Cuando nació en España gobernaba aún Fernando VII, Otto von Bismarck y Charles Darwin eran dos jovenzuelos y faltaban un buen puñado de décadas para el vuelo histórico de los Wright. De todo eso el indolente Jonathan nos puede contar más bien poco. La razón: es una enorme tortuga gigante de Seychelles alojada en la isla de Santa Elena… Y el animal terrestre más longevo del que se tiene constancia.

El de Jonathan es un caso excepcional, pero seguramente lleves media vida escuchando lo longevas que pueden ser las tortugas. Tanto que no es extraño —como ocurre con el famoso quelónido de la isla de Santa Elena— que sobrevivan a sus dueños humanos. Pero... ¿Cuál es el motivo?

Investigadores de las universidades del Sur de Dinamarca, el Noroeste de Illinois y Penn State han investigado en profundidad cómo envejecen las tortugas y otros reptiles.

Fruto de su trabajo son dos estudios publicados en Science que desgranan algunas teorías que nos ayudan a entender un poco mejor cuál es el secreto de su longevidad y cómo son posibles “milagros” naturales —de los que tienen mucho de ciencia y nada de magia— como el del bicentenario Jhony.

Uno de los equipos, integrado por 144 científicos dirigidos por la Universidad del Noroeste de Illinois y la Penn State, se dedicó a analizar los datos de ectotermos —animales de “sangre fría”, como las tortugas— de 107 poblaciones repartidas por el mundo de 77 especies distintas de reptiles y anfibios. Su objetivo era aclarar con datos empíricos y a gran escala qué de cierto hay en las observaciones que sugieren que estos animales pueden disfrutar de vidas excepcionalmente longevas.

Una de sus primeras conclusiones es que las tortugas, cocodrilos y salamandras disfrutan de tasas de envejecimiento particularmente bajas y —aún más curioso— que los fenotipos protectores, como los caparazones, espinas o veneno, facilitan un envejecimiento más lento o “insignificante”.

“Podría ser que su morfología alterada con caparazones duros les proporcione protección y haya contribuido a la evolución de sus historias vitales, incluyendo un envejecimiento insignificante y una longevidad excepcional”, explica Anne Bronikowski, coautora del estudio publicado en Science.

La lógica es relativamente sencilla.

Como detalla Beth Reinke, otra de las autoras, los animales con caparazones o armaduras resultan más difíciles de devorar y eso facilita que vivan más tiempo. “Ejerce presión para envejecer más lentamente —abunda—. Encontramos el mayor apoyo para la hipótesis en las tortugas”.

No es el único aspecto en el que destacan las congéneres del vetusto Jonathan.

Una de las cuestiones que querían aclarar es hasta qué punto es exacta la “hipótesis del modo termorregulador”, la idea que sostiene que al necesitar de temperaturas externas para regular la de su organismo, los ectotermos —animales de “sangre fría”— presentan metabolismos más bajos y envejecen más lentamente que los endotermos (“sangre caliente”), que generan su propio calor.

“La gente tiende a pensar, por ejemplo, que los ratones envejecen rápido porque tienen un metabolismo alto, mientras que las tortugas envejecen lentamente porque tienen un metabolismo bajo”, comenta David Miller, profesora en Pensilvania y responsable también del estudio.

Su análisis muestra sin embargo que las tasas de envejecimiento y la esperanza de vida de los animales de “sangre fría” varían mucho y pueden ser tanto superiores como inferiores a otros de “sangre caliente” con tamaños similares. “No encontramos respaldo para la idea de que una tasa metabólica más baja significa que los ectotermos envejecen más lentamente”, añade el profesor: “Esa relación solo era cierta para las tortugas, lo que sugiere que son únicas entre los ectotermos”.

Las observaciones muestran que cada grupo de ectotermos analizado cuenta con al menos una especie con “un nivel de envejecimiento insignificante”. Eso incluye desde tortugas a sapos, ranas y cocodrilos. “Suena dramático decir que no envejecen en absoluto, pero su probabilidad de morir no cambia con la edad una vez que ya no se reproducen”, abunda la profesora Beth Reinke.

¿Qué significa eso? Básicamente, que los porcentajes de quedarse en el camino juegan a su favor.

“Envejecimiento insignificante significa que si la probabilidad de que un animal muera en un año es del 1% a los diez años, si está vivo a los 100 su probabilidad de morir sigue siendo del 1%. En las hembras adultas de los EEUU el riesgo de fallecer en un año es de alrededor de uno entre 2.500 a los diez años y de uno entre 24 a los 80. Cuando una especie presenta una senescencia insignificante, el envejecimiento simplemente no se produce”, aclara Miller.

Que su senectud sea “insignificante”, claro está, no equivale a que estos animales sean inmortales. Su riesgo de morir puede no crecer con la edad en la misma medida que nos ocurre a nosotros, pero existe. Antes o después una enfermedad o cualquier otra causa inevitable se los llevará por delante. Si Jonathan es al fin y al cabo una celebridad es, precisamente, porque resulta excepcional.

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En esa línea ahondan precisamente los investigadores de la Universidad del Sur de Dinamarca, que han publicado el segundo estudio en Science tras analizar tortugas terrestres y galápagos en zoos y acuarios. Al recabar y comparar datos, los expertos se encontraron con que alrededor del 75% de las 52 especies estudiadas mostraban una senescencia “extremadamente lenta”. En el 80% de los casos, de hecho, resultaba menor que la que presentamos los humanos modernos.

“Encontramos que algunas de estas especies pueden reducir su tasa de senescencia en respuesta a las mejores condiciones de vida en zoológicos y acuarios, en comparación con la naturaleza”, señala la profesora Dalia Conde. “Mostramos que muchas especies de tortugas terrestres han encontrado una manera de ralentizar o desactivar la senescencia”, abunda Rita da Silva.

¿Cómo es eso posible? Algunas teorías sostienen que una vez alcanzada la madurez sexual los individuos dejan de crecer y empiezan a experimentar la senescencia, un deterioro gradual de sus cuerpos que los hace envejecer. Sencillamente, cambia su inversión de energías. Hay un intercambio entre la que se dedica a reparar daños en células y tejidos y la que se enfoca en la reproducción.

Los científicos han comprobado que esa "compensación" resulta inevitable en ciertas especies, en particular mamíferos y aves; pero podría no ocurrirles lo mismo a todas las criaturas.


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