El Estado chimú, fue una cultura precolombina que se desarrolló en la costa norte del actual Perú y conoció su apogeo entre los años 1000 y 1470. Este auténtico imperio, con capital en la ciudad de Chan Chan, fue conquistado por los incas, unos cincuenta años antes de la llegada de los europeos a la región, y sobresalió por sus formidables construcciones, ingeniería hidráulica, metalurgia y arte textil.
A mediados del 2011, un equipo de arqueólogos peruanos, liderados por Gabriel Prieto, profesor asistente de arqueología en la Universidad Nacional de Trujillo, Perú, se enteró de la posible ubicación de un sitio de sacrificios, después de que un vecino del lugar se le acercó mientras realizaba trabajos de campo en otro proyecto. El vecino describió una duna cercana en donde sus hijos, y los perros del vecindario, estaban encontrando huesos humanos que sobresalían de la arena.
Una vez en el lugar, conocido como Huanchaquito-Las llamas, Prieto no tardó en darse cuenta de que el sitio tenía un significado arqueológico importante, así, él y sus colegas se pusieron a trabajar y descubrieron los restos de al menos 137 niños y más de 200 llamas. Muchos de los menores tenían marcas de cortes en el esternón, así como costillas desplazadas, lo que sugiere que les habían abierto el pecho, tal vez para extraer el corazón, escribieron los investigadores en el estudio.
Posteriormente, en una zona cercana conocida como Pampa la Cruz, se encontraron los restos de otros 132 niños sacrificados, que sumados a los anteriores hicieron un total de 269.
Los niños tenían entre 6 y 15 años y, en general, gozaban de buena salud, según un análisis de sus huesos y dientes. Algunos aún llevaban joyas, como pendientes de plata, y fueron envueltos en mortajas de algodón. Muchos fueron enterrados en grupos de tres y colocados de menor a mayor.
Algunos tenían pintura roja de cinabrio (una forma natural de mercurio) en la cara y otros, especialmente los niños mayores, usaban tocados de algodón. Las llamas estaban colocadas al lado o encima de los cuerpos de los niños. En muchos casos, las llamas de diferentes colores (marrón y beige) fueron enterradas juntas, pero mirando en diferentes direcciones.
También enterrados en el sitio, cerca de los restos de los niños, estaban los cuerpos de dos mujeres y un hombre. Estos adultos no tienen marcas de corte en sus esternones, lo que sugiere que no se les extrajo el corazón. Más bien, una de las mujeres probablemente murió por un golpe en la parte posterior de la cabeza y otra sufrió un traumatismo contundente en la cara. El hombre tenía fracturas en las costillas, pero no estaba claro si estas lesiones ocurrieron antes o después de la muerte, posiblemente debido al peso de las rocas que pusieron sobre su cuerpo, dijeron los investigadores.
Los niños no fueron enterrados con ofrendas perceptibles, pero los investigadores encontraron un par de tinajas de cerámica y paletas de madera en el borde del sitio, junto a una sola llama. Los arqueólogos no encontraron evidencia de que los niños estuvieran atados, pero es posible que les hayan dado chicha, o licor de maíz, para hacerlos apáticos y obedientes durante el ritual.
“Es el evento de sacrificio de niños más grande en el registro arqueológico en cualquier parte del mundo”, dijo el co-investigador del estudio John Verano, profesor en el Departamento de Antropología de la Universidad de Tulane en Nueva Orleans. “Y es el mayor sacrificio con llamas en Sudamérica. No hay nada como esto en ningún otro lugar”.
El director del proyecto, Gabriel Prieto, destaca que, según los análisis realizados, en el lugar hubo tres momentos en que se realizaron estos sacrificios: el primero habría sucedido entre 1200 y 1250; el segundo, entre 1400 y 1450, y el tercero, ya bajo dominio incaico, entre 1500 y 1520.
Sin embargo, el motivo del sacrificio sigue siendo un misterio, pero se barajan algunas teorías.
Por ejemplo, las fuertes lluvias y las inundaciones del fenómeno de El Niño pudieron haber llevado a los chimú a realizar el sacrificio.
Cómo mencionamos al principio la cultura Chimú prosperó, en parte, debido a su agricultura intensiva; los Chimú, pese a hallarse rodeados de desiertos, regaban sus cultivos y ganado con una sofisticada red de canales hidráulicos, con aguas que traían desde las estribaciones andinas. Pero es posible que un evento extremo de El Niño, cuando las aguas cálidas se evaporan del Pacífico sur y caen en forma de lluvia torrencial sobre la costa, hayan causado estragos, no solo inundando las tierras de los chimú sino también alejando o matando la vida marina frente a la costa.
La evidencia muestra que cuando los niños y las llamas fueron sacrificados, el área se empapó con agua, capturando incluso huellas humanas y de animales en el estiércol que aún existen en la actualidad.
Los niños a menudo son vistos como seres inocentes que aún no son miembros de pleno derecho de la sociedad y, por lo tanto, podrían ser vistos como regalos apropiados o mensajeros de los dioses, dijo John Verano.
Además, estos niños no eran todos locales. Algunos habían experimentado el modelado de la cabeza, y un análisis de isótopos de carbono y nitrógeno (un isótopo es una variación de un elemento) en sus restos mostró que estos provenían de diferentes regiones y grupos étnicos dentro del Estado de chimú.
El estudio es “una visión increíble de las prácticas rituales y sacrificiales del reino Chimú”, dijo Ryan Williams, curador, profesor y jefe de antropología en The Field Museum de Chicago, quien ha trabajado como arqueólogo en Sudamérica durante más de 25 años.
Agregó que, si bien el sacrificio humano es vilipendiado en nuestra sociedad moderna, “hay que recordar que los chimú tenían una visión del mundo muy diferente a la que tenemos hoy. También tenían conceptos muy diferentes sobre la muerte y el papel que cada persona juega en el cosmos”.
Dado que el sacrificio pudo haber sido en respuesta a inundaciones devastadoras, “tal vez las víctimas fueron voluntariamente como mensajeros de sus dioses, o tal vez la sociedad chimú creyó que esta era la única forma de salvar a más personas de la destrucción”, dijo Williams.
Si bien los sacrificios humanos entre las culturas precolombinas han sido registrados en las crónicas hispanas de la era colonial y documentados en excavaciones científicas modernas, el descubrimiento de un evento de sacrificio de niños a gran escala en la poco conocida civilización chimú no tiene precedentes no solo en América, si no en el mundo entero.
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